Mi frase lapidaria

José Antonio Marina: "Leer es muy importante no sólo porque
divierta sino por algo mucho más radical: la inteligencia humana es una inteligencia lingüística, sólo gracias al lenguaje podemos desarrollar, comprender el mundo, inventar, convivir, aclarar nuestros sentimientos... Una inteligencia llena de imágenes y vacía de palabras, es una inteligencia inútil."

martes, 24 de abril de 2012

EL MESÓN DE LA CAMACHA

Cuando Antonio Salas me firmó el ejemplar de esta obra, me pidió indulgencia en la crítica sin que ambos adivináramos que tendría que hablar de ella algún día. Pues bien, he aquí la ocasión y aclararé que, al igual que el citado dramaturgo pide benevolencia en su loa, yo solicito comprensión para mis opiniones, que no son otras que las de un simple lector y amigo, alejado, y mucho, de las veleidades de la crítica.
El Mesón de la Camacha se deleita en la pura diversión. La obrita invita a la sonrisa y, por momentos, a la carcajada, aunque el autor ha tejido con las circunspectas mimbres de la conocida leyenda montillana de la Camacha y los personajes famosos que anduvieron por esta villa allá por las postrimerías del siglo XVI: Cervantes y el Inca Garcilaso. Con estos ingredientes, el autor cocina una comedia en consonancia con el gusto al que nos tiene acostumbrados a través de las representaciones del grupo de teatro La Cepa. El guiso es agradable, sustancioso y de regusto jovial; tal parece que es su última intención, según las declaraciones de Salas en la presentación de la obra.
Dicho lo anterior, no se piense que esta comedia de enredo resulta una pieza meramente circunstancial e intrascendente. Muy al contrario. El dramaturgo insiste en aportarnos diversión poniendo en juego toda una artesanía donde no faltan los elementos históricos, literarios, técnicos y guiños locales, marcados, fundamentalmente, por una socarronería que es la causante del efecto cómico de su transcurso escénico. Así junto a los personajes históricos y su coincidencia en la época, hay que añadir un uso intencionado de la polimetría, de los juegos semánticos, de los anacronismos intencionados y de localismos aduladores hacia el público - ¡ah, esas sevillanas a la Virgen de las Viñas¡-. Los guiños que el autor dirige al público, en una manifiesta hipérbole temporal, establecen con él una campechanía creadora de ese filtro de humor que atraviesa la obra de principio a fin.
Ya en la presentación de este libro, allá por las vísperas del Día de Andalucía de este año, Antonio Salas nos advirtió que su obra nacía con cierta vocación práctica. Se vistió los hábitos del gran Lope y, encendiendo una vela a Dios y otra al diablo, decidió escribir sobre la famosa hechicera. Lo hizo pensando en aprovechar el vestuario de esa otra pieza que elaborara para festejar al Santo montillano. La hagiografía local dio paso a la comedia de brujas en una pirueta creativa de la que sale airoso. Su maestría se muestra en una natural versificación que transcurre sin presencias de ripios, ni alardes sintácticos. Su pericia dramática se desenvuelve felizmente en esos finales benevolentes tan del gusto de la tradición, pero no exentos de su pizca cómica, que recuerdan al tópico del burlador burlado. Su creación de personajes, que pueblan la obra de sugerencias literarias, son fruto sin duda del conocimiento de la tradición teatral más genuinamente patria: un don juan vencido, unos pícaros burlados, un alcalde, trasunto de Alonso Quijano. Hasta el propio autor se cita a sí mismo, orante en su pintura, tocando el palo del teatro dentro del teatro. En fin, una panoplia de herramientas teatrales puestas al servicio del entretenimiento sin más, aunque con un manejo, más que logrado, del arte literario.
Antonio Salas no sólo se burla de sus personajes, de la tradición, de la literatura misma, para hacernos reir. Su intención es, sin duda, lanzar un órdago a sus colegas de tablas (en todo mesón hay una baraja) para que, lejos de considerar esta obra como una más en su incipiente devenir dramático, se convierta en el reto que han de superar. El autor lo ha hecho en este texto. Pues bien, sólo queda que los cómicos se superen en el escenario. Les espera el desafío del verso, que no es poco. Y luego, como por ensalmo, detergentes, paquetes y polvos surtirán su hechizo.
(La edición de la comedia El Mesón de la Camacha fue presentada al público en la Casa del Inca el pasado 23 de febrero. En la mesa estuvieron la autora del prólogo, Pilar Távora, Juan Casado, director de la colección El Cisne Azul, y Antonio Salas, autor de la obra)

1 comentario:

  1. El texto que aquí reproduzco ha sido publicado en la revista "El Ladrío", cuyo último número ha visto la luz con motivo del Día del Libro. No lo puse antes aquí por deferencia a sus editores.

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